Astro rey.

Atro Rey

Guardo en el bolsillo rayos de sol que bebieron recuerdos apátridas

calentando paraísos,

en donde Eros es aún un loco paria en

busca de un fuego de rebajas a precios de saldo.

 

Ese perro borracho que aúlla al reflejo de la luna en un charco,

pensando que quien se asoma es su amada farola, también guarda un rayo de sol para el invierno,

y la soledad rodeada de millones de voces también, en lo más hondo de

su otoño, sé que lo guarda; un rayo de sol.

La piel atezada en tu rostro, sobre los labios,  sé que también los atesora

como lo hacen tus costillas cual quilla de barco acariciada por el dorso

del sol. O de mi mano, porque a fin de cuentas me llamas astro, y rey.

 

Esos rayos de sol iluminan tu sonrisa a las cinco de la tarde,

y también la risa de unos niños jugando en el parque,

y el humo en la bocana de la taza de té.

 

Las estrellas titilan. El viento peina. Las hojas surcan. La tierra descansa. La luna se esconde. Lluvia, verde, marrón, ocre,  y un rayo de sol que duerme en tu almohada.

Pedaleando la vida

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Amada An,

el café quedó frío sobre la repisa de la cocina  después de la tormenta y ahora no sabría decirte si al final nos dimos,  o no, un beso de despedida o de reconciliación. Te alegrará saber que aún me sigo tomando las pastillas que el doctor Karim me recetó, y las voces que me decían que te dejara poco a poco han ido desapareciendo, aunque realmente no sé si fuiste tú la que desapareció  poco a poco de mi vida en las últimas semanas, o fue el efecto de la medicación. Bueno pues eso, a lo que iba, ¿aún te siguen gustando los melocotones helados? Tengo un tarro a rebosar preparado para untarnos la piel. A partir de ahí, si gustas, solo es cuestión de lamer la vida.

Dejo mi bici a punto por si me llamas, salir volando.

Te ama, tu amiga, Q.

 

 

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Apreciado Samuel,

Te dirijo estas líneas más como amigo que como consulta profesional, por lo que espero contar con tu amistad, sabiduría  y una vez más con tu discreción.

Como sabes estoy llevando de cerca el caso de una paciente muy especial, de la que creo que en alguna ocasión ya te hablé de ella: Q.

Su evolutiva clínica está resultando muy satisfactoria pero he de decir, y quizá me avergüence decirlo, que el haber profundizado tanto en las sesiones terapéuticas realizadas haya hecho que descubriera al ser más sensible y extraordinario que hubiera conocido jamás. Ahora viene lo fuerte: estoy totalmente enamorado de ella.

El problema es que, creo que de continuar esta relación, podría afectar a mi situación profesional, pues como recordarás ella, pertenece a una familia altamente considerada e influyente en la ciudad, y temo que si llegaran a enterarse harían lo posible para que me expulsaran del Colegio de Médicos, dado mi origen y condición.

Como amigo, y con franqueza te pido, por favor: ¿qué consejo me darías al respecto de dar un paso más allá? Tú ya me entiendes.

Un abrazo,

Karim,

 

 

5

Teo,

El otro día cuando llamaste me cogiste en un mal momento, dado que justamente estaba al otro lado de la ciudad, en el puente Lelie SLuis (que como sabes es mi puente de pensar)  ya que debía dar un consejo a un amigo y cliente del despacho, de ahí que te colgara el teléfono de manera brusca. De hecho, mientras te escribo esta nota, estoy aquí, de nuevo, de pie junto a mi fiel bicicleta, en el mismo sitio en el que recibí tu llamada. Créeme, no era mi intención ofenderte.

Pero ahora, cuando te llamo, eres tú el que no contesta y ese buzón de voz que dice que devolverás la llamada lo antes posible nunca dice la verdad. ¿Despecho? Estoy seguro, ya que también llevas desconectado del whatsapp algo más de doce horas.

En fin, hijo, como no sé si la incomunicación que buscas se va a prolongar mucho (la última vez duró veintiún días) te escribo estas líneas para que sepas que aquí me tienes para lo que necesites.

Por favor, dime si vendrás el viernes a cenar a casa: te recuerdo que es el cumpleaños de tu madre y  también estarán los abuelos.

Como decís los jóvenes de hoy: TKM

Tu padre,

Samuel.

 

 

spiderman

An:

¿Cuándo se cansarán los superhéroes de darnos  la espalda y salir huyendo?

Te lo pregunto porque el otro día vi a uno de mis favoritos, Spider,  saltar por la ventana y no tener la decencia de parar a secarme las lágrimas. Y eso que no tenía corrido el rímel gracias al waterproof . No te preocupes  por mí, sólo fue porque me juraron amor eterno y duró lo que dura una noche de verano. ¡Hombresbrrrrr!

Hablando de ellos, me encontré con Teo, me dio recuerdos para ti. Me comentaba que volvía a tener problemas de comunicación con su padre. En fin, ya ves que no somos las únicas. El caso es que estaba decidido a llamarlo para quedar con él  y hablarle acerca de la presentación de su tesis doctoral, que con tanto secreto había estado haciendo los dos últimos años, sobre el puente aquel en donde se ahogaron diez personas en mil seiscientos y pico.  Bueno, el tema es que el padre le largó un zasca y el pobre de Teo se rebotó. Me pedía consejo acerca de si debía retomar la relación como si nada la próxima vez que lo viera pues, creo, el viernes irá a su casa a cenar ya que es el cumpleaños de su madre. Y yo le dije “tío, si no sabes diferenciar si tu padre es el Spiderman que te hecha un cable o la araña que te atrapa en su red, entonces lo mejor será que busques unas tijeras”.

¿Tú qué opinas?

1000 besos!!!

Bea

P.D. Siempre divinas =D

 

 

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Buenas tardes Bea, soy Mamen, la amiga y profesora de ballet de Q. por si no caes, te recordaré una mítica tarde de rooibos y limoncello en mi casa. Te acuerdas ahora, ¿verdad?

Cada martes tarde suelo quedar con nuestra amiga para tomar el té y como lo que vi ayer me dejó algo preocupada quería preguntarte si te iría bien que nos encontrásemos un ratito para explicártelo con más detalle. No quiero que te alarmes por nada en especial, así que te avanzo que no ha sufrido percance alguno.

Por favor, llámame.

 

 

bicis enculadas

Q, ¿sabes a dónde fueron a parar todos los pétalos blancos que te regalé?

Nuestra cama siempre ha sido lo suficientemente grande y sólida para aguantar tormentas entre sábanas, de esas que sólo los naufragios saben arroparte por las noches. Entenderás que tras todo lo vivido juntas no puedo seguir quitándote los calcetines a sabiendas de que aparco en el lado equivocado de tu almohada. Y yo, claro, como egoísta que lo soy, necesito mi tiempo y tu distancia para saber si sería capaz de compartirte con tu doctor Karim, como entre dos alforjas: amarillo y  rosa.

«Solo pedaleamos la vida».

An.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Letras en piedra y piel

1.- Mutas en la esencia de lo prohibido,

salvaje,

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2.- escurridiza como el agua clara sobre la piel que juega a leer letras de piedra al borde de un abismo,

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3.- que no es otro que el de saberse en las lindes de

un Alfa y un Omega,

una A y una Z,

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4.- a sabiendas de que no entiendo tu lengua,

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5.- Ni esa jodida manía tuya de escribir en las paredes de las casas las grafías de quienes te escucharon, como yo,

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6.- hace  años, siglos, o tal vez momentos, desde antes de que se inventara la escritura.

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7.- Te muestras esquiva de los afectos y de aquellos quienes como yo vamos a la caza de coleccionar 32.000 momentos,

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8.- que no libros,

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9.- que nos vistan de situaciones dulces en distancias cortas apagando nuestras sed,

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10.- que queda hilvanada de palabras en ocasiones, y en otras de labios no correspondidos, o sí,  hasta desembocar en tu propio ideolecto.

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11.- Y así, rebuscando entre callejas adoquinadas en lomos de libros

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12.- buceo a la búsqueda de tesoros por descubrir aún bajo mis pies:

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13.- ¿Serán las letras perdidas de Safo?

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14.- ¿ O los sonetos prohibidos de un poet@ maldit@?

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15.- Sé que me atrapaste antes de que yo naciera, y que desde entonces soy la página pendiente de abrir en el libro pétreo, que pasa casi inadvertido, y que habita en la casa torcida, entre tus manos,

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16.- a la espera de que no hagas otra cosa que un cambio de raíles en mi sino, cuando me leas,

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17.- y descubras de Fortuna

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18.-  que ambos somos en el papel de las calles la A y la Z de esta historia,

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19.- el 1. y el 19.

Así que dime ahora:

¿Quién de los dos es el lobo y quién la presa furtiva de nuestra relación?

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20.- FIN

N. del A. (I): «Gracias si llegaste hasta aquí».

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N.del A. (II):

Relación  de textos y fotos originales de Georges Rurba para el concurso de Zenda-Iberdrola #PasionesDeVerano:

1.- Art Street Grafiti tras una pared en obras, BirinenWieringerstraat, 5, 1013, Amsterdam,; 30-7-18; 14.14 h

2.- Drabstraat 18, 9000-Gent, Bélgica; 2-8-18; 21.15 h

3.- Blaisanvest, 12, 9000, Gent, Bélgica; 6-8-18; 8.50 h

4.- Keizersgracia 218, 1016 DZ Amsterdam; 28/7/18; 16.47 h

5.-  Grimburgwal, 138, GA Amsterdam; 30/7/18; 18.59 h

6.- Bruselas; 4/8/2918; 14.25 h

7.-  Geldmunt 18, 9000 Gent; 5/8/18; 13.48 h

8.- Wollestraat, 32, 8000, Brugge, Bélgica; 3/8/18; 14.07 h

9.- Wollestraat 53, 8000, Brugge; 3/8/18; 14.33 h

10.- Grotte Markt 2, 2011 Haarlem,; 1/8/2018; 14.14 h

11.-  Bruselas; 4/8/18; 14.29 h

12.- Harlemmerstraat, 37D, 1013 EJ, Amsterdam; 30/7/18; 14.08 h

13.- Rector De Somerplein 4443, 3000, Leuven, Bélgica, 6/8/18; 18.36 h

14.- Botermarkt 8, 9000, Gent; 5/8/18; 20.00 h

15.- Kleine Kerkstraat 4, 1135 AT Edam; 31/7/18; 20.05 h

16.- Belfort van Gent, 9000 Gent; 5/8/18; 20.27 h

17.- Spuistraat 5, 1135 AV Edam; 31/7/18; 20.21 h

18.- Oude Groenmarkt 23, 2011 HL Haarlem; 1/8/18; 14.27 h

19.-  Hoedenmakerstraat 25, 1000, Bruselas;  4/8/18; 14.52 h

20.- Molenaarsstraat 123, 9000 Gent; 6/8/18; 21.44 h

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dos asientos vacíos

¿Por qué me pides fuego si no fumo,

si la ausencia de tus brazos no besa

el deseo de tenerte en boca, en

el lado equivocado del infierno?

 

¿Por qué volar tan alto cuando es humo

la dulce escalera de azul turquesa,

aquella y no otra y que es el recuerdo en

la cama a treinta centímetros tiernos

 

del suelo? Restará la esencia vivida

de encontrarnos mirando de soslayo

el escaparate de un viaje de ida,

 

sin retorno, ni rechazo a la vívida

partida, de este origen donde me hallo:

mi frontera de espinas recorrida.2 asientos vacíos

 

 

 

Bajo dos banderas

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A Ignacio Montes de Gandía lo mató en Manila un escamote de mercenarios prusianos al servicio de Inglaterra, bajo órdenes del general  William Draper, un día de octubre de 1762.

De Ignacio recuerdo las bravas peleas en tabernas a brazo partido a costa de bebernos  la soldada cobrada con retraso,  la lluvia calada en los huesos, el codo a codo en las refriegas compartidas, los fangales, las partidas de dados y las timbas de española,  el reír los embates de olas contra proas en los barcos de viaje, los  chuscos mohosos de pan cuando no teníamos el qué llevarnos a la boca, los ríos de sangre,  la niñez corrida a pedradas por las pedanías de Pasajes,  el chiribiri, las damas compartidas en las casas de lenocinio, los huracanes, el olor de pólvora quemada para cauterizar heridas y las lágrimas de su madre al recordarle lo buen soldado y compañero que fue y la siempre amistad que  nos unió.

¾  Márchate Manuel, márchate ¾ me increpaba ella golpeándome el pecho al tiempo que yo le alargaba la mano con una pequeña bolsa de cuero repleta de reales de a ocho, que no era sino otra cosa  que todo el capital de mi soldada, para que pudiera acabar de pasar sin penuria más allá de  tres inviernos. ¾ Márchate bien lejos y no vuelvas, que me lo recuerdas.

Y me largué con mis recuerdos y mis diecinueve muertos a cuestas, a quienes les robé la vida, para volver a intentar comenzar de cero, de nuevo, una y otra vez más. Lejos, bien lejos, allende las tierras de España, pero siempre bajo los brazos de la Cruz de San Andrés. Y fue así como me hice dragón de cuera.

De los hombres y mujeres que cruzaron mi destino, muchos repitieron cara;  y otras, el surco de su vida corrió igual suerte paralela a la mía;  y no sería otra cosa que la fortuna vestida de coincidencia,  o el designio del diablo,  el que hasta en tres ocasiones me topara cara a cara con la mismísima figura de Gálvez, el que fuera teniente en la incursión de Portugal, capitán a efectos prácticos en Nueva Vizcaya y héroe en Pensacola.

De la incursión de Portugal tengo vago recuerdo de él pues tenía edad mozuela e Ignacio y yo estábamos por otros menesteres más curtidos en tropa y marinería. Ya en Nueva Vizcaya pude servir a sus órdenes para desmantelar razias de los diné, más conocidos en lengua yuma como e-pach o en español como los que apachurran o apache, pues no hacían otra cosa que robarnos el ganado en los márgenes de los ríos Pecos y  Grande. Allí, en su primera salida,  fue cuando al lanzar la arenga a la tropa clavó sus ojos en mis pupilas dubitativas y dijo aquellas palabras que forjarían su firma:

¾ Solo  me iré, si no hubiere quien me acompañe.

Y ya no dudé. Y le seguimos. Y de allí al ataque de rancherías, y el recuperar el ganado robado y el caer en la gracia del virrey Croix.

La tercera que nos encontramos fue cuando la hija de un chamán ópata, que ya en Chihuahua había trabado amistad conmigo a resultas de cauterizar mis heridas,   ya que puestos a  escoger entre los latinajos del capellán de  la enfermería y las nubes de humo y emplastos de la cabaña del brujo, siempre escogí la solución aplicada a la herida abierta antes que  las palabras extrañas lanzadas al viento, se cruzó, ella,  en la cubierta.  Pues volviendo a lo dicho, cuando la bella Itzchá fue descubierta por don Bernardo en la cubierta del Galveztown, éste mandó tirarla por la borda, pero yo intercedí:

¾Tengo a bien pedirle V.E. que me deje ser acompañado  por esta mujer novahispana que siempre ha cuidado de mis heridas y que su propósito no es otro que el de ayudar y vengar la muerte de su padre, puesto que feneció a manos de un mercenario alemán en uno de los ataques de Inglaterra a  los puestos de colonos. Y además trae la suerte bajo el brazo.

¾ Es la tercera vez que vamos a intentar recuperar Mobila y Pensacola. Si de veras trae la suerte que lo demuestre.

Y nos cruzamos las miradas reconociendo que nuestros caretos ya se habían  encontrado antes, y sin mediar palabra nos saludamos, él desde lo alto de su graduación y yo desde lo alto de mi orgullo de soldado.

Ya nada me importaría el que la armada inglesa brindara cada jueves por una guerra sangrienta y un rápido ascenso, pues fue la segunda vez que oí las palabras “…el que tuviese honor y valor me siguiese…”.

Y le seguí. Y nos peinaron ciento cuarenta cañonazos ingleses. Y logramos controlar el paso de   bahía a la isla de Santa Rosa y de allí hasta la costa. Y desembarcamos. Y habiéndome enterado que en el enemigo asentado, entre los mercenarios del Regimiento Waldeck, habían muchos  hombres de Hesse, tuve por cierto y hecho que no tardaría en encontrarme con quien sesgara la vida a mi amigo y  hermano de armas, Ignacio Montes de Gandía. Y lo encontré. Y lo trinché como a cerdo cuando huía. Y cobramos un real de plus en la soldada. Y a Itzchá la bautizaron como  a la isla, Rosa. Y con ella tuve dos mestizos varones. Y una hacienda en donde ondean siempre dos banderas, una la Cruz de San Andrés y la otra la de las trece colonias.

Y pensé, al corrido de estas líneas,  que cómo sin nacer noble, ni rico,  pudiera haber tenido semejante vida paralela, similar a la de aquel que viniera desde Macharaviaya, pese a venir yo desde Pasajes. Y pensé que los vientos, y las mareas, y las brújulas que pierden el norte, hacen zozobrar la vida de quienes navegan, pero que las estrellas, siempre sujetas al cielo hilvanan el bello tapiz del sino. Y sonreí. Y dejé que la vida me besará. Y llegué a viejo. Y ahora escribo.

Deus Ex Machina

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Llegué al interrogatorio cuando prácticamente ya estaban acabando con el ingeniero. Me confundía el olor a café recién hecho que se iba colando por todas y cada una de las estancias por donde iba pasando, recordándome a cuando yo era niño y desde la cama oía la voz pertinaz de mi madre insistiendo en que me levantara porque el café se iba a enfriar. Para entonces yo era un niño sensible y escuálido que aún no había seleccionado su opción  sexual. Mucho había llovido desde el entonces hasta el ahora: entonces chico, ahora mujer;  entonces libre, ahora funcionaria policial.

Me acompañaron hasta la sala de observación. Cuando entré, me topé de nuevo con Servus, mi habitual compañero de homicidios, quien  frente a un muro acristalado seguía el interrogatorio. Servus, con  su habitual proceder, había desconectado el audio, y observaba con somera atención la kinésica del ingeniero  como respuestas a las preguntas que la máquina, modelo “Deus ex machina”, le iba haciendo. El ingeniero, sentado a un extremo de la mesa,  se mostraba tranquilo y relajado, y de la vestimenta blanca  que portaba como segunda piel no brotaba un solo haz de color, lo cual era indicativo de que no mentía. Las palabras pueden explicar mentiras pero el traje las pinta en gradaciones de colores según la intensidad que registra su cuerpo. Si algo había aprendido en la academia era que  cualquier  persona enfundada en un traje de  interrogatorios jamás decía la verdad del todo. Demasiado blanco impoluto, pensé, para ser verdad. Al otro extremo de la  mesa la “Deus” iba lanzando las preguntas del  protocolo en sospechas de homicidios de primer grado.

– Buenos días Servus, se te enfría el  café.

– Ah, por fin llegaste. No lo tomo, sólo lo pido por su aroma. Y para joder. Ya sabes lo que cuesta encontrarlo.

– Ya. ¿Cuántas preguntas faltan para terminar?

– Creo que una docena. Ya estamos acabando.

– ¿Algo que necesite saber?

– La víctima se llama Alvar Plomb. Era juez de la partida de Gúdar. Al parecer acudió a la  clínica para que le practicaran una operación de apendicitis. En su historial cuenta que había pasado hasta catorce revisiones sin tener jamás percance alguno. Externamente el cuerpo aparentaba una excelente forma física de cuarenta y  tantos, pero al parecer, por dentro, entre las  estructuras biónicas encontradas, el relleno de musculatura, prótesis, bóltox  y la ingesta acumulada de endorfínicos en sangre, se cree que  podría alcanzar los ciento ochenta años de vida  biológica real.

– ¿Y el ingeniero?

– Este es un pájaro de cuidado.  No constan en su histórico ninguna inspección técnica. Creemos que él mismo es quien organiza su propio mantenimiento y… agárrate, en su licencia de usuario de trabajo figura el número”UGR550”, lo que significa que ese cabrón ha de tener algo más de trescientos años. Además, fíjate, la “Deus” es un último modelo y no es capaz ni de hacerlo dudar un segundo en ninguna de sus respuestas.

– Ajá. ¿Podrías poner el audio, por favor?

Servus accionó el audio. La voz dulce y femenina de la “Deus” resonó en el habitáculo de observación. Hice zoom con  la cámara y amplié el  plano de la cara del ingeniero. Su mirada desafiaba a la máquina y esa pincelada de sinceridad, mezcla de  orgullo y rabia, no aportaba colorido alguno al traje. Tuve un mal presentimiento y para declinarlo pasé a centrarme en las preguntas que se estaban realizando.

– Faltan diez preguntas, ingeniero Ramstein, ¿mató usted al juez Plomb?

– ¿Cómo cree Vd. que podría haberlo matado encontrándome a 232km de distancia? O mejor aún: ¿cómo iba a saber que tendría un ataque de apendicitis?

-Por favor, responda sí o no.

– No.

– Faltan nueve preguntas. ¿Podría aportar alguna hipótesis plausible acerca de la muerte del juez Plomb?

– ¿Plausible? No.

– Faltan ocho preguntas, ¿es usted quien siempre realiza el mantenimiento en los aparatos quirúrgicos de la Clínica Seleccs?

– Sí.

– Faltan siete preguntas, ¿notó usted algo anómalo en la  última revisión que efectuó en la sala de quirófanos?

– Por favor, concrete la pregunta: ¿en la sala se refiere a las paredes, a las máquinas, al mobiliario,…?

– Ingeniero  Ramstein, me refiero a algo que le llamara la atención.

– Aquí sí que  tengo que darle la razón.

– Faltan seis preguntas, ¿qué le llamó la atención?

– La totalización de líneas de programa del brazo quirúrgico para ese tipo de intervenciones es de 245 pasos. Sin embargo, el brazo quirúrgico que operó de supuesta apendicitis al juez Plomb, tenía 246 pasos. Un paso de más.

– Faltan cinco preguntas. ¿Insertó usted esa línea de programación?

– No.

– Faltan cuatro preguntas. Sinceramente, ¿cuál cree usted que fue la causa de que el juez Alvar Plomb feneciera en la mesa de operaciones?

– Como ser humano que lo era, creo que, a falta de obsolescencia programada en su organismo, lo único que podía causarle la muerte de una manera externa sería una línea de programación en el brazo quirúrgico que detectara la edad biológica real del paciente y conllevara directamente a provocar una obsolescencia inducida.

– Faltan tres preguntas. ¿A quién o a qué atribuiría la autoría de semejante línea de programación?

– Sin duda, a un Liquidador o  Liquidadora. Insurgentes que creen que la caducidad del humano ha de mantenerse por encima de cualquier avance universal. Alguien de aquellos que postulan que no se debe jugar a violar las leyes divinas de  la creación: nacer, crecer, morir. Morir en algún momento, para Dejar de Ser.

– Faltan dos preguntas. ¿Es o ha sido usted un Liquidador?

– Sí, lo fui.

– Falta una pregunta. ¿Ya no lo es?

– Sé que ha llegado mi momento. Que todo acaba y que  como “Deus ex machina” programada para impartir justicia  de facto en el momento en que tenga que hacerlo, lo hará.

– Faltan cero preguntas, ingeniero Ramstein. El interrogatorio ha finalizado. Gracias por su colaboración.

– Proceda.

Cama de espera

 

cama de espera

 

Los pliegues de la sábana bajera de tu cama se me hacen cuchillas en la espalda.
Que es tu cama y no la mía porque se escribe en femenino.
No sangro,
peró sé que rasgan los sueños rotos
de quien sin paciencia espera que regreses por la noche,
a vueltas con la vida y el celo en un beso.

Cada tira de mi piel ajada por el verano loco
se me hacen canales navegables de recuerdos
y en las arrugas de mi frente y ojos
se columpian divertidos
ecos
de
gozo.

No tardes que aún te espero.

 

2

Se encienden las estrellas tocando el suelo de la city
a falta de farolas que cuelguen del cielo,
y en los horizontes de tu cama
se pone de moda el vello de punta
embalando balas de plata.

 

La luna lee los versos de tu piel
mientras respiras en cuartetos.

Aún así prefiero aguardar en las esquinas de silencio,
a
que
despiertes.

 

3

Horas antes
había llegado a los albores del muro
de verdades disipadas a gemidos
con los graffitis de labios entreabiertos,
en donde
NO
gustan los lazos que (m’)atan,
porque siempre preferí palacios-jaula con las puertas bien abiertas
que es donde mejor florecen
los ratitos de standby,
sin cigarrillo de después
y
durante mucho rato
respirar
en
vez
de
hablar.

 

 

4

Antes de cerrar la puerta
me dijo:

«No escribas
sobre
la dependencia tóxica de amar».

No la entendí
y seguí escribiendo
de más.

Colgado de una nube
a treinta centímetros
del suelo.

Echando de menos.

 

5

Me encuentras
sembrando las camas de espera de momentos encontrados
que dan paso
a la soledad,
que no es otra cosa que la egoísta ausencia de presencias
que me mira
con las cuentas sin cuadrar:
somos dos,
resto uno,
queda ninguno.
¿Tú lo entiendes?

 

6

En vano
te retengo con el frenesí de los minutos robados al planning diario de tu agenda
y cuando marchas
ya no sé si huyes
o te vas,
sonriendo desde la frontera de la puerta.

Es entonces cuando
construyo barricadas de páginas
con las palabras divididas
en listados de momentos
a las fotos requisadas,
para defenderme
a diario
del secuestro de tu risa.

Hoy ,aún me arropo con las sábanas divertidas
que me hacen de paraguas
en mitad de la tormenta.

 

7

Vadeo el río de tu memoria
con las manos en alto
empapándome de latidos de domingos traicioneros
que es cuando más me (des)canso
en la lluvia que cae hacia arriba,
transpirando.

 

8

Curiosa se asoma la luna al borde del vaso a besar el rubí
todas las noches de espanto que tengo cuando creo que no vas a venir y es entonces cuando apuro el trago vencido de espera
con el deseo encendido de volver a abrir
la puerta que llama a deshoras
y
no oye
que ayer
pusiste
FIN.
*
Quizá mañana todo sea diferente sin cambiar nada.
Quizá hoy el mundo cuelga boca abajo.

 

9
Ardo en el infierno del hueco que dejas a diario en la estepa de algodón entre mis dedos
con el vértigo encendido
y
la gravedad que nos atrae
desafiando
ir a la caza de minutos
compartidos.

 

10

Sé que un día
perdí la cuenta de las horas
al encontrar
la paz enarbolada
de una sonrisa abierta
en los granos infinitos
de un reloj de arena.
Desde entonces,
no sé contar las esperas.

 

11

Siento la cornisa traicionera
de tus labios en los míos
sazonados en el agua de este río
que es la espera.

Y en descuento de rebajas
los minutos que no llegan
finalistas a la meta
de un triunfo
que nos funda
en tu arco.
¡Yo soy flecha!

Corazón.
Diana.

Apunto.

 

 

12

Bosteza la cama las horas de calma
en el remanso del parnaso bajo la almohada,
que es donde moran las musas revoltosas
a falta de tu acicalada cintura.
Y ensartan los versos de tu pelo áureo,
hoy,
cuando tú no estás,
para pintarlos carmesí que
son los renglones que escribo torcidos, como mi vida,
cuando tú no estás.

 

13

Había pensado que tu ausencia durara menos que abrir un regalo.
Que cabalgar por tu cabello entre mis dedos no tuviera rienda ni freno
al deshacer las eses hasta el eco largo de la i
y cerrar cada momento
como hacen las estrofas, los poemas, los libros, la vida :
alcanzado el momento,
llegar
al
Punto.

 

14

… disparé besos al cielo
y cayeron versos encendidos sobre mi piel
para apagar mi sed…

 

15

… y te busqué en las cuatro esquinas
siguiendo el rastro cual perro perdido en un día de lluvia otoñal
anhelando atarme a tu lengua
o
estrellarme en tu boca
fresca,
limpia,
gozosa.

 

16

Desnudaré mi alma de palabras ante un espejo de papel
para correr en tinta
las líneas que reflejan tu rostro
cuando acarician las estrellas.

 

17

No me gusta danzar al son de las horas abisales de tu ausencia,
encaramado en la cresta del pliegue del tejido
que sustenta mis espaldas
y
literalmente colgado
de ti,
en el vacío
suspendido
en
espera de recuperarte
en la próxima
convocatoria
sin hora señalada,
para diluir tu nombre, intenso, de momentos infinitos.

 

18

SOY

marinero en tierra de aguas profundas,
navegante de desiertos en flor,
que oscila
entre
el exilio de tu piel por horas y
la ínsula de tus caderas conquistada.
Náufrago en tus aromas.

VOZ

 

19

En primera persona te diría que en tu ausencia aún se mantiene enaltecido tu dulce gesto,
que por más que cruces los dedos la suerte esquiva no sonríe desde la próxima esquina,
o que el aire que peina mis pestañas no me deja ver el vuelo de sirenas
que alertan tu llegada, ni oír los besos de espinas que se atraviesan en el “¡adiós!”.
Y sigo soñando que la vida es cruel de apartarme de tu lado para dejarme reclinado en un hoy soy todo lo que soy y no es poco.
Y fuera llueve.
Y hace frío.

 

20

Buscaré quién clave mis alas negras en el asfalto
a la espera de no cruzar límites níveos prohibidos.

Traeré clavos en mis manos
para dejarlo todo atado,
en espera que golpees con tus besos las cabezas aceradas
y
sujetes mi costado al otro lado de la línea.

Siempre en el filo,
esperando hundir en lo profundo.

Porque no sé hacerlo de otra forma, que sea
ir yendo

s o l o ,

h i r i e n d o,

hiriendo(te),

hiriendo(me).

Ya no quedan paraísos a tu abrigo, ni infiernos que deleiten. En mi bolsillo una hoja mal doblada en calendario, como una puñalada, me recuerda los 14 de febrero y 364 más.

Afuera sigue haciendo frío. Dentro, más.

 

21

Háblame de cicatrices que no duelen,
De rocas que chillan,
O de hasta mañanas con los ojos entornados
Y
No me cierres la puerta cuando marches
Que me gusta ver llegar
El fin del mundo
A cara descubierta.

 

22

Se coló furtiva Primavera entre las sábanas para calentar al solitario Invierno y devorarse eternamente atando las ganas y el deseo.

 

23

Y me asomo a tus ojos como quien se acerca a un atril que sostiene un libro lleno de vida, dispuesto a leerte toda.

 

24

Acribillaré
tus labios
con versos,
sangrando palabras prohibidas
en el encuentro.

 

25

Busco tu adicción
a llenar mi vida medio vacía
para beberla a sorbos y a tragos
entre los dos con las manos
y que no pase de largo,
vida mía.

 

26

Esas líneas tachadas que permanecen en el poemario
son el vórtice de minutos que dibujan un bosque de ausencias apiladas
en palabras viajeras que transitan
de tu recuerdo a mi mano,
de tu eco a mi boca,
de tu lamido a mi herida,
de ti
a mí,

dibujas:
A
L
M
A
.
Esas líneas tachadas en mis manos que son las rayas de la vida.

 

27

Llueve. Llueve mansamente sobre los campos de tu piel,
y mil alfileres se clavan hasta lograr estremecerte.

Empapando la memoria de tus risas,
de quejidos y deseos,
que son tan tuyos como míos,
pues el eco en que se mecen
pertenecen a nuestros momentos compartidos.

Humedad de sueños que asoma
en tus ojos
las ganas de cobrarte el tiempo
que te has ido.

Las ganas de,
las ganas.

 

28

La palma de mi mano plancha el hueco frío del colchón
donde dejaste a modo de post-it «hasta luego»,
escrito en los pliegues.

Garabatean los ecos
el despliegue de tu risa en mi cabeza,
insonora al exterior,
para que espere un poco más
a enfundarnos la dermis de poros abiertos en los ratos en que coinciden
los días sin sol o
las tardes sin lunas,
porque lo que arrastro ahora es
la vida sin sal,
ida
sin
ton,
ni
son.
La palma de mi mano plancha letras tras la piel y se quema.

 

29

Cliqueé las noches con versos de piel
a la espera de beber los tragos
de tus labios
eXtasiados
de poder
oler las estrellas
bailando con luceros
y
saber sin duda
que surfear la Ñ de maÑana
doblará la esquina
para pasar inadvertida y
de puntillas
en tu vida.

 

30

Amar es acto. El Acto. De uno . De dos. O más.

En el mejor de los casos la prenda con que me visto los días. Piel y besos.

 

31

El semáforo rojo de tus labios
invita a saltarlo cuantas veces te apetezca,
porque es retrato fresco
que quiebra el talento desde el ángulo nadir de nuestro encuentro.

Múltame.

 

32

Pernocto en tus quiebros de dudas, y duele.
Pedregales enquistados en nuestros pagos que amansan la zozobra de los sueños rotos,
aquellos que fueron lanzados al sol del Al-Andalus,
y que cauterizan y queman la herida roja de tiro con arco,
en la diana por donde escapa
el duende maldito en tu pelo.

 

33

De la boca
al deseo,
palabras y gestos.

De la tuya a la mía,
De la mía a la tuya.

 

34

Porté en las manos abiertas
Un sueño despierto
Escrito en un libro,
De versos invertidos,
Conexos,
Senti_2.
Y su luz me hizo sombra, y al margen anoté el deseo de tus números
Con alas abiertas,
En tu vientre.
Despierto.

 

35

La vida prendiendo en un suspiro,

contigo

o

sin ti, 

encima del colchón vestida de domingo para entrar a matar,

esperando a que suceda lo inefable

y que  el tiempo ate en cada esquina de tu boca

mis deseos,

tus anhelos,

enterrando los segundos del  reloj de arena

en este ruedo que es cuadrado irregular

de espacio

y tiempo,

para seguir continuando

plega2 en la gravedad de nuestra curvatura relativa.

 

Seguimos siendo estados vibracionales pendientes de medir la intensidad.

 

Vaivén.

 

 

 

Puño, corazón y viento.

Puño, corazón y viento 

A Ad. le salen aún chispas por los ojos cada vez que recuerda que cuando estaba en tratamiento y la freían a la parrilla un par de veces por semana, su familia, con ánimo de rebajarle las tareas cotidianas de la casa, rejuntaron un puñado de billetes y trescientos kilos de amor para comprarle un robot de cocina.  “Joder, ¿es que para regalarme un trasto de estos os han tenido que decir que me voy a morir? ¡Pues vaya!”

Mientras la enfermera empujaba el carrito de medicinas y el páncreas tocado se desgranaba  por efecto de una maldita tuneladora, a  A. desde la cama del hospital siempre se le escapaba el sarcasmo delante de sus hijos, tras la visita del doctor,  diciéndoles: “¡Eh, no pongáis esa cara que no me pienso morir, que tengo mucha guerra que daros todavía!”.

A Ant. le cuesta subir la calle que le lleva a casa de su hija, Laura, a las doce y media que es cuando llegan las niñas del colegio y necesita que le echen un cable porque José está trabajando fuera del país. Aparca su maltrecho trasero momentáneamente en uno de los bancos a escasos doscientos metros y enciende un pitillo que con aire señorial ha sacado de su abrigo y prendido fuego con su Dupont dorado. Tras recuperar el resuello y llegar al tercero le recibe su hija con una sonrisa de ilusión, quien esta mañana se ha sentido guapa, se ha maquillado para su padre y cubierto la cabeza con un hermoso pañuelo rosa. “Estás guapísima”. “¡Papá, has vuelto a fumar!”.

A Ai. el loqui de su profe y los entusiastas de sus padres le montaron un huerto urbano en la colcha de su cama porque era primavera y como no podía salir al exterior le bastaba que la vida y sus colores vinieran a abrazarla junto a la almohada para entender la clase de ciencias naturales,  pues ya no podía permitírsele la más mínima infección procedente del exterior.  Una vez construido lo miraba desde el marco de su ventana, tan lejos, tan cerca, tan lleno de vida.

Ni Ad., ni A., ni Ant., ni Ai., ni Laura, oyeron a Donne o a Wordsworth, sin embargo, desde el recuerdo, leo y  acaricio el esplendor en sus gestos agradeciendo todo cuanto me enseñaron.

Día uno, cota cero.

dia 1 cota 0Aquel papel, de arrugado y ajado por el tiempo,  había dejado caer en el camino la lista de deseos  alcanzados, menos uno. Los ojos de Paula, que peinaban los trazos de volutas borrosas a cada final de línea,  hacían que se embebiera de dudas ante el fracaso  por el esfuerzo titánico realizado  de recordar qué leches había escrito como última palabra en aquel trozo blanco, y ahora con la distancia de veinticinco años de por medio,  insistía en recurrir al torpe ardid de la memoria para identificar los surcos medio borrados que aún posaban  a la espera de ser descifrados.

El papel lo encontró aquella mañana de mudanza gris en la que, tras horas de apilar cosas importantes, optó por decidir que únicamente debía llevar consigo  aquello que le fuera vital en su nueva andadura. Por eso, y porque a veces los duendes son lo que son, pasaron las horas y el resultado fue una caja de cartón abierta y vacía, pues  dejó exprofeso al exterior todo aquello que no quería llevarse a su nueva residencia, esto es, cualquier objeto que pergeñara un atisbo de dolor en el recuerdo.  Revisando fondos de armario fue a parar a la yema de sus dedos aquel trocito de cielo, la lista,  emanado desde lo más profundo de su corazón de veinticinco abriles, escrito también un uno de enero.

Recordaba que igualmente era un día soleado, tibio y de mudanza. En aquel entonces salía del nido y optaba por la independencia de un piso compartido, para ir a la conquista de sus sueños con exceso de deseo y una pizca de miedo. Desde entonces hasta esa mañana habían pasado ya cinco mudanzas y el papelito de marras, su lista, siempre la había acompañado el día en que se trasladaba. No es que para ella fuera un talismán, no; ni un amuleto. Lo que aquellas líneas dibujaban era algo tan valioso como las arrugas de expresión que comenzaban a surcar el extremo de sus ojos, o como las rayas  en carne que con el tiempo se hacían más profundas en las palmas de sus manos; la experiencia de haber vivido.

Lo intentó de nuevo. Sí, reconocía palabras sueltas: “medita, viaja, sal, comparte, lee, sexo,…” y muchas más. Prácticamente las discernía todas pese a que la mayoría de ellas iban cubiertas con una línea trazada como señal inequívoca de haber alcanzado el objetivo.  Ahora, solo pervivía una palabra virgen pendiente de trazo, pero debido a las manchas de humedad en el folio,  la tinta gastada por el tiempo y los pliegues del papel,  aquella se había vuelto ilegible, no reconocida por su autora, y del cúmulo previsto de cinco letras sólo podía identificar que comenzaba  por ”P” y que la penúltima era una “N”.

Y así pasaron las horas de aquella mañana hasta que decidió que llegó el momento de marchar. Largó una mirada a cuantos objetos dejaba en la estancia, recogió la caja de cartón vacía  y depositó en el fondo, una vez más, el papel. Anduvo hasta la entrada  con su tesoro bajo el brazo, cerró de un portazo, dio dos vueltas al paño y bajando las escaleras sus tacones fueron orquestando la banda sonora de un epílogo concertado. Cuando salió del edificio,  al cerrarse el portón, en plena calle, a cota cero de su vida, un uno de enero soleado, recordó con el rostro iluminado  que la última palabra de la lista decía: “PLENA”.

Un milagro en los bolsillos

pexels-photo-93822Un milagro en los bolsillos, por Georges Rurba.

Aquella tarde navideña las temperaturas se habían desplomado más de lo previsto, convirtiendo el poco acierto de la predicción del tiempo, por parte de los medios de comunicación, en monotema de ascensores, tiendas y  trabajo.

El anticiclón estacionado mudó a baja presión y un golpe de viento, sin duda forjado en las mazmorras del cambio climático, abrió las puertas para que entrara aquella ola de frío polar por la puerta grande de Europa que, en teoría, debía haberse quedado quietecita más arriba de la línea azul del Sena.

En la calle, frente a la puerta vítrea del  ascensor que descendía a la parada del metro, Luis sonrió desde su silla de ruedas a un bebé que tenía junto a él, mientras la joven madre manipulaba el móvil. El inquieto pequeñín se agitaba dentro del cochecito y entre gorros y mantas que lo envolvían se asomaban unos brillantes ojos grises. “¿Es niño o niña?”, recordaba Luis cuando tiempo atrás solía preguntarse, casi de manera obligada, a toda  madre, padre o abuela que paseara en cochecito a un bebé. “¿Es niño o niña? ¡Cómo si eso importara!” Pero claro, ya se sabe, la respuesta maternal, casi ineludible,  acostumbraba a llegar solícita para saciar  la sed de quienes preguntaban y, además, acababan rematando la faena con un típico: “¡Es un bebé guapísimo!”.

Pero eso era antes. Ahora, una mayoría de las mamaspapas, solían empujar sus cochecitos al tiempo que sus pulgares dilapidaban el acto natural de la comunicación cara a cara con el tecleo frenético de emoticonos y letras, o el rastreo de información en la pantalla. Así que los curiosos pasaban inadvertidos a los ojos de los conductores de cochecitos de bebé, y las preguntas se diluían en el aire para buscar aposento y concentración en parques infantiles y consultas de ambulatorio, en el mejor de los casos.

Seguía haciendo frío, y el ascensor no venía. Junto a ellos se les unió una señora elegante entrada en años y, al poco,  un joven desgarbado. Pensó Luis que ahora, seguramente, con las nuevas incorporaciones, se rompería el silencio y alguno de los dos se dirigiría al bebé; pero al levantar la vista hacia arriba vio que la señora estaba más concentrada en observar su propio reflejo en el cristal  y por  otra parte, el joven desgarbado, parecía ser incapaz de mantener la cabeza quieta un instante, pues no hacía más que mirar en todas direcciones como si estuviera a la espera de que llegara alguien.

El bebé se quedó mirando fijamente a Luis y éste al bebé. Luis le hizo un guiño y el bebé se estremeció con una chispa de alegría en su rostro.  “Nada, que no existimos. Ni yo, ni el bebé, ¿a dónde iremos a parar?” Cuando Luis se ajustó la bufanda, pues una gélida brisa se le colaba oreja abajo, al ladear la cabeza detectó la presencia de una mano fantasmal que hurgaba en el bolso de la madre. En una fracción de segundo entendió que la mano ajena a la madre era del joven desgarbado e inquieto, y que de los presentes, el único que se dio cuenta fue él, bueno, él y el bebé que miraba en la misma dirección que Luis.

“¿Qué hacer?”, pensó. Si alertaba en voz alta de la situación, aquel joven saqueador seguramente saldría huyendo con el botín en sus manos. Si no hacía nada también se  saldría con la suya. Además cabía la posibilidad de un daño colateral a tener en cuenta: un simple zarandeo por parte del joven descuidero podría herir de rebote  al bebé, o tirar por tierra a la señora mayor, amén de que se repartiera alguna hostia y la recibiera él mismo.

La luz azul del interruptor se encendió anunciando la venida inminente del ascensor. Un golpe de viento glacial abofeteó sus rostros, y Luis en una reacción impredecible, decidió hacer con su silla de ruedas una brusca maniobra de marcha atrás, acompañado de un fuerte giro lateral, de manera que la rueda quedó anclada con todo su peso justo encima del pie del joven ladrón y por añadidura no dudó en frenarla al máximo. La mirada del masválido golpeó intimidatoriamente a la sorpresiva del ladrón, y tanto la joven madre como la señora mayor bajaron de su realidad, para aterrizar fuera de sitio.

El alarido de dolor fue mitigado por la inquisidora mirada de Luis. La fugaz mano introducida en el bolso se desprendió de su botín. El bebé rió satisfecho. La señora mayor farfulló hacia Luis un despreciativo “¡tranquilo, hombre, que todos cogeremos en el ascensor!”, y la madre, a quien el bandazo hizo que se le resbalara el móvil de las manos, cayendo en el capazo del cochecito,  rebuscaba ávidamente entre las mantas tan preciado y sagrado objeto de incomunicación. Un prolongado tirón del pie del ratero que yacía aprisionado dejaba a las claras sus intenciones de salir huyendo, por lo que Luis soltó de golpe el freno y el mangante salió calle arriba como alma que llevara el diablo.

Llegó el ascensor a la calle. Desembarcó el gentío que lo atiborraba. Entraron. En el breve trayecto en que  bajada el ascensor Luis hizo una mueca al bebé y este, alborozado, extendió una de sus manos enfundada en manopla asemejándose a lo que pudiera ser un  divertido saludo. Al abrirse las puertas la señora mayor salió escopeteada, Luis sostuvo pulsado el botón de apertura de puertas para que la madre pudiera salir más cómodamente, y en estas le preguntó:

– ¿Niño o niña?

– ¿Cómo? –inquirió ella sin detenerse y empujando el carrito hacia el vestíbulo.

– Nada, –contestó -digo que existimos.

Pero ya la madre se había marchado sin pararse a oír la respuesta. Avanzó su silla unos metros y en el piso divisó una de las manoplas que se le había caído al bebé. Se acercó, la recogió y se la guardó en el bolsillo. Después exclamó alborozado:

-¡Existimos!