(R)EVOLUCIÓN

(R)evolucion

(R)EVOLUCIÓN

Era malnacido y maldecido, así pues no quedaba vestigio ni duda alguna de que a cada paso acompañado de palabra escrita o pronunciada, le socorriera un huracán de improperios e insultos contra su persona, pero nunca contra lo fijado en letra impresa. De ahí los errores tácticos y tangenciales del  bando opuesto, pues una vez muerto el perro no se acabó la rabia sino que esta aumentó, ya que lo mecido entre fondos de páginas blancas no era otra cosa que un canto a la revolución perdurable en la memoria de cuantos quisieran leerlo.

De aspecto cercano a la dejadez, un tanto descuidado en apariencia, gustaba de dejarse caer en tertulias y reuniones placenteras y muy a menudo estaba entre los presentes sin que tan siquiera hubieran notado su presencia recostada en un sillón o una mesa cercana. Casi diría que tenía predilección por el anonimato, por ese querer pasar desapercibido junto con el tic tac de un reloj de milimétrica precisión que desgrana las horas en taquicardia languidecida de una tarde soñolienta de estío.  Y sin embargo todo lo contrario se encontraba en su interior: pulcritud, esmero y  cuidado eran señas de identidad definidas con solvencia contrastada.

Durante mucho tiempo había sido capaz  de socavar y profanar distintos modelos mentales direccionados y ahora, de la noche a la mañana, sería perseguido, capturado y sobretodo ninguneado, pues únicamente cuando dejan de hablar de ti es cuando realmente has fenecido. El día que llegó la noticia de su inclusión en el listado apenas sorprendió a nadie. Se esperaba. Ya nadie quiere leer libros con palabras desconocidas que obligan a consultas engorrosas de deslizar un dedo sobre superficies vidriadas. No obstante, un día un díscolo preguntó por su nombre y quiso el diablo  no recordárselo, aunque en aquel entonces un ángel caído relató: “sí, lo conozco, es aquel libro que habla de…”; y de nuevo prendió la mecha.

FIN

N.del A.: También disponible en http://www.sttorybox.com/stories/69270-r-evolucion

∈∠∠Æ∫

Ellaes

La conocí  siempre con el puño en alto, desde pequeñita, luchando por el planeta y los animales indefensos al más puro estilo combativo de Mafalda, sintiendo asco por las largas jornadas laborales de su madre y los eternos descansos de su padre  frente al televisor. Desde infantil prefería relacionarse en juegos con chicos como el fútbol, policías y ladrones, la búsqueda de tesoros escondidos y las exploraciones por las calles prohibidas. Líder en lo  académico y lo  lúdico. Respetada y admirada. Dotada de sensibilidad para el arte y las letras y hostil frente a chismorreos, dimes y diretes. Ya en la preadolescencia  los chicos fueron acotando su territorio de relaciones y en ese espacio cada vez había menos sitio para ella. Enemiga del postureo y del querer destacar frente a las demás, supo cómo no encajaba en el mundo de las  Barbie’s pendientes de romances, ni en el de los machotes proclives a la cultura del templo del fútbol. La táctica ostra le convino en el paso de unos años y bajo el manto de la amistad intelectual fue estrechando lazos con caracteres de divergencias similares, que tan pronto se empanaban en tríadas literarias de sagas insufribles, o en tardes de cine. Ella, fue perdiendo confianza en sí misma y aunque puso empeño y ganas de abrirse en lo social y políticamente correcto para su edad, la del pavo, aceptó que portaba un desfase de millares de horas en el mundo de la belleza y la estética, así como en las redes asociales de chismorreos y en las proyecciones  vitales de las que serían las futuras rubias triunfadoras en el máster de chicas florero. Además, quiso el cruel Cupido que no la fuera a visitar, por lo que al margen de escasas amistades contadas con los dedos de una mano,  disconformes con el sistema, poco  o nada, más allá de sus series de cartoon favoritas, libros, canciones y danza, parecía darle la oportunidad de acceder a un remanso de paz. Se le despertó el gusanillo científico pero se le daban mal las mates, y se anquilosó el gusto a la lectura a favor de darle a la tecla. De ostra se convirtió en topo, y los túneles de introspección que cavaba la empujaban a tormentas atlánticas de inseguridad, haciéndola náufraga en la vasta playa de las dudas. Viajó, vio, conoció, y se reconoció, en un mundo cambiante de desigualdades mancilladas que afeaban su rostro, el de ella y el de sus hermanas, y que además debían dar las gracias por no tenerlos oculto bajo telas por la gracia de Diosalá. Entró en el mundo adulto luchando desde la desventaja de que se le valorara  menos,  el arroz que se le pasara y la lluvia de trabajos itinerantes mal-pagados. Aprendió que los golpes de cerebro solían ser más fuertes que los puños y que en el cuadrilátero de la vida, a veces, los KO hacen que te levantes de nuevo. En ocasiones sigue hablando con el puño en alto y  Cupido sonríe a la espera de encontrarle una diana, en tanto Cronos la deja que viaje con un motor de divergencia por la autopista del Rosario de Peajes, con la esperanza de que encuentre la única salida con área de servicio llamada Igualdad.

http://aliceundergroundofnightmares.blogspot.com.es/

Tras leer hasta el VIII por placer y a ratos, retomo desde II a examinar y comentar.

Si lo prefieres, lo tipográfico, Eric_Doods, te lo puedo ir comentando por correo.

Bien por el encuentro del psiquiatra Wynter con Odic.

Buena presentación de los bajos insitinto del director y su secuaz.

En la entrada de la enfermera septuagenaria: su diálogo ha de ir aparte. La risa mejor  con “J” , creo.

La presentación de personajes secundarios  muy bien reforzada por los detalles de cada uno.

Estoy “viendo” lo que leo. Eso atrapa

Ojo a la Tipografía:

Mesa cocina falta “a” en alargada.

Hay distintos tipos de letra.

A partir de que habla el director, interlineado de diálogos más espaciado.

CAP. III

Al inicio, creo, demasiadas acciones simultáneas.

La aparición de la chica y el paso entre dimensiones muy bueno.

El extenso diálogo de Alice con la oruga muy ágil y bueno.

Se sigue manteniendo el alto nivel de adjetivación.

Como recurso se identifica al gato Chesire en la prolongación de las “s” como un susurro intenso  e inquieto, pero utilizar  con la “oruga”  o el otro ser del lago oscuro el mismo recurso presta a posible identificación erróneo con el lector.

Las trasformaciones y saltos de “realidad” muy logradas .

 

Tipografía:

en “Sudor frío recorría… “ yo podría el determinante al sudor.

CAP IV

Inicio de capítulo muy bueno. De entrada tensión y acción con secundarios alrededor.

Hay algo en la entrada de:

“Dos horas más tarde. Despacho del comisario Welkens, comisaría de policía del distrito  Tower Hamlets de Londres.” … que no me acaba de convencer. La escena inicial es genial y queda colgada de suspense pero, esa “intro” tan cercana al inicio no me hace el peso. Como lector me supone un esfuerzo una vez situada en alta tensión a trasladarme a otro escenario.

Yo apostaría en resolver la escena del manicomio hacerla más grande o subirla a anterior capítulo en donde pos escenario está el manicomio. Y el inicio de este capítulo situarlo en la comisaría. Aunque tú decides ya que eres el tejedor de la historia y sabes a dónde quieres ir a parar. Aquí sólo soy un humilde lector.

También me llama la atención que Callaghan llegar a  oír el castañeo de los dientes del ser que vio en el árbol (..”….ojos rojos desorbitados y haciendo castañear sus monstruosos dientes…”) pues suponía que entre la distancia  y la tormenta no podría darse esta circunstancia.

Gusta la presentación de Víctor Mckean, podría aplicarse a anteriores personajes que hubieran ido apareciendo. Lástima que no se aporte el dato profesional o personal de qué hace con el espejito adherido a un grupo policial y cuál es su rol en el séquito.

Gusta como retoma el capítulo la acción de  los dos polis que la entrada en : “A dos kilómetros, bajo la lluvia del páramo…”.  Si la altura del túnel es 1,70 y los polis Collingwood y Folk iban combados,  tengo  que suponer  que ellos son altos y corpulentos (para ir combados particularmente habría rebajado la altura del túnel a 1’60).

En “El pistolero resultó ser el director Fosworth..” ya daba por hecho que era él. Obviaría la identificación y pasaría directo al alféizar”.

También en el encuentro de las carpetas, que se fijaran que estaban los expedientes y el del propio director, no sé no sé. No creo que aporte mucho la escena de las carpetas. Yo (opinión mía) la quitaría.

El capítulo ha quedado por la acción y el ritmo trepidante muy pero que muy bien . Con enlaces de escenas simultáneas muy bien resueltas. Atrapa  al lector y cierra con más intensidad para lanzarlo a la aventura de un nuevo capítulo.

 

TIPOGRAFÍA

Simpson se quedo solo … (falta acento en quedó)

Ojo a la entrada de diálogo directo y la reiteraciñon tan cercana de “Cushing” en . “Cushing rompió con la extraña situación. -¡A que esperan, continúen! (…) Cushing se acercó a Callaghan y en voz lo bastante baja para que el resto…”

Ojo a : -¿Puede sr más específico? (cayó una e)

“…la lámpara de aceite en una mano y un revolver en la otra…” salió disparada la tilde del revólver y también, más adelante: “pequeñas hachas en fundas de cinturón. Al frente de todos, Cushing, con su revolver Colt desenfundado”. Por cierto que me sorprendió que portaran pequeñas hachas en el cinturón (a no ser que sea accesorio de uniforma policial de época cosa que desconozco, y no puñales o navajas)

En “…todo el cayó…”cayó también la tilde en “él”.

CAP V

Un capítulo lleno de acción con una gran profusión de adjetivos y unas descripciones que logran la ambientación sórdida y asfixiante que precisan los sitios cerrados.

Llama la atención la inclusión de “los niños” dentro de la historia y se desconoce el motivo de su ubicación en el sanatorio.

Desde que luego que los nombres de las instituciones que sacas son buenísimos  y ya sólo con el nombre ambientan la novela.

Algunos aspectos me siguen quedando sueltos en la trama como, por ejemplo, cuando  no me queda claro por qué o qué le hace creer a Cushing que hay una emboscada. ¿en qué se basa?

En enlace de la escena con el rayo en donde se encuentra Barnes ha quedado muy resuelto. Igual ocurre con la lámpara de Barnes y la de Collingwood.

Las explicaciones sobre las tres dimensiones son recomendables pero a veces cuestan de seguir, y es normal que así sea pues no es nada fácil explicarlo.

Atención, pregunta: ¿por qué el breve y  último párrafo hace referencia a la época actual del 2015  si el capítulo VI se inicia de nuevo en el manicomio???

TIPOGRAFÍA

En”… donde el Dodoctor enfrentó al gato” creo falta un SE

La explicación de la maldición y lo incompleto del alma de Alicia aclara. También los motivos originarios.

El número ha de ir en letras en. “…en un lugar a 1 hora de distancia…”. También en “…conmigo en la línea 2! “. ,  ídem en  “…dotada en su cabeza con 2 astas grandes y puntiagudas.”. ídem en “…de unos 6 años”, ídem en “-¡¡Retirada de la línea 1 ahora!! “

En “…y entro en la estancia” falta tilde en entró.

 

Cap VI

Hay una escena que es cuando Folk sale de la alacena con el bebé portando una lámpara de aceite. Una lámpara que cae al suelo, luego recoge  y la utiliza como también como arma contra la cabeza del ser del túnel. El lector se pregunta: “¿dónde puedo conseguir una de esas?”. Uno esperaba que cayera al suelo, la lámpara,  ante la cocinera y se malograra, o bien la rompiera en la cabeza de ésta o bien le pegara el tiro con el revólver que ya había usado. Quizá la no credibilidad de los usos de la lámpara, con un bebé en brazos, venga compensada por la intensa cinética de las dos escenas que se relatan en el pasaje, intensificando aún más, si cabe, la marcha del relato.

Bebé de porcelana, maligno. Genial.

Muchos adjetivos y concreción en los detalles descriptivos , elevan la calidad de la obra.

Ritmo: cambios bruscos en pocas líneas que van desde la máxima acción en transformaciones, a la más absoluta calma en breve espacio de tiempo y lugar, marcan la marcha y velocidad de la lectura; así como la sucesiva aparición de personajes y la inclusión de enigmáticas estrofas musicales que logran recrear aún más la atmósfera fantasmagórica y terrorífica, acorde con la iluminación que nos presenta el autor.

En cuanto a los cambios de escena, espacio y protagonistas que se suceden, tengo que decir que en este capítulo me costó saltar de :

“Habían cesado los golpes al otro lado de la puerta, aunque ya nadie lo había notado, dado el estado de shock en el que todos los presentes se encontraban.”

A la escena de la chica en donde:

“…sacando de su trance a la joven del largo cabello castaño oscuro…” y que “…Apagó (¿?) su abrazo, cerró los ojos del Dr. Wynter…” que poco más tarde “Se dio la vuelta y atravesó el umbral; el frío suelo de baldosas de la enfermería dio paso a…”

¿Los otros personajes en shock se transformaron en cartas/lienzos y marcharon por otro pasillo?

No importa, no nos detengamos, lo cierto es que de la mano de la chica nos agarramos  en la progresión del a lectura para seguir leyendo y adentrándonos en esta historia.

NOTA: Las alusiones indirectas a la historia original de L.Carroll y su “Alicia…” (“»In this style, 10/6″) hacen que llegue a preguntarme si no será necesario que para disfrutar al completo esta obra no tenga que releerme el texto clásico o si por el contrario es mejor no hacerlo. De momento me mantengo en no hacerlo.

Finaliza el capítulo con el reencuentro del Dr. Crane y Marcos, a quien pregunta el motivo de la cicatriz, producida por el gato. De nuevo a nuestros personajes más actuales pero ahora ya en el mundo de pesadillas.

TIPOGRAFÍA

El número ha de ir en letras en: “…y 2 patas más “; ídem en “…2 esculturas…de aproximadamente 1 metro 80 cm.”

Reduplicación cercana en : “Mientras la grotesca…” y “Mientras aquellos acontecimientos…”

 

CUENTOS DE LUNA NEGRA

Cuentos de la Luna NegraCUENTOS DE LUNA NEGRA

En su peregrinar nocturno, tímida se asoma al balcón del horizonte cada día para reflejar la luz del sol.

Hace mucho tiempo, no recuerdo cuánto, Luna que es curiosa prometió no cerrar un instante los ojos y desde lo alto ser el faro guía de las musas con poder de decisión: » a éste lo visitaré en su puño… a ésta le daré la palabra en la boca…  a éstos me colaré en sus sueños… a las otras les daré tormento… a aquella le daré paz en un punto final… a bastantes les daré vivencias en la voz… Al resto, sin que me vean y de la mano del sol, letras en vena para que tengan que bucear en su interior y descubrirlas. Descubrirse. Cubrirlas de lienzos blancos.

Las noches sin luna, sin sol, ni luz, nos visitan otras musas. Ellas habitan en su cara oculta y también nos rondan. No nos eligen. Las cazamos. Desde entonces no dormimos.

SEMILLA ROJA Y NEGRA.

Si no crees,  no leas esto.

Me llamo Jorge Brumal. Soy periodista. Y esto que lees en este rollo de papel de váter es lo que  me está ocurriendo.

Me encuentro mal. Las paredes del lavabo se cierran a modo de sarcófago y  esa extraña sensación de bola de pelos que atosiga mi  garganta parece crecer paulatinamente. Apenas puedo tragar saliva sin que note como los filos peludos rascan mi cuerdas vocales y mientras esa bola asciende, las grietas que me  hace en la laringe chorrean un líquido dulzón que me recuerda a algo rojo.

Sentado en la taza pienso que no es una indisposición normal. Pastel de zanahoria, dijeron. Sólo lo probé. Con seguridad tengo una intoxicación, es más, rectifico, creo que he sido intoxicado de algún modo desde que nos mudamos a este apartamento. Carajo de apartamento, en la parte más antigua del casco urbano. El apartamento más lujoso, estrecho y barato de cuantos pudieran haber visto tus ojos buscando nido.

La ola de dolor que  golpea mi esófago vuelve a repetirse como un puño acerado que devasta a su paso, en lo que dura un rayo, los pocos segundos de calma que había conseguido. Pero no expulso nada. Y el suplicio se reitera de nuevo al poco. Mi mujer, Carol, se impacienta y pregunta a través de la puerta si estoy bien:

_ ¿Cariño, estás bien?

Ella está embarazada. Tiene ilusión en esa pancha que, inexplicablemente,  no ha parado de crecer desde hace ocho meses  y medio. Hoy tenemos invitados para tomar café. Los vecinos. Es inexplicable porque en otra ciudad la diagnosticaron estéril.  Yo no, ella. También tiene algo de incomprensible la gestación por el hecho de que a cada ecografía que  le han practicado hemos tenido la imagen de una linda forma; pero jamás hemos tenido audio.

Creo que vuelve el dolor. No , no pienso.Sé que está volviendo ahora.

_ Cre-o que ya se me va pas-ando, cie-lo. En seguida saldré _le digo.

_ De acuerdo, te estamos esperando en el comedor.  ¡Ya he comenzado a ordenar los regalos! _exclama divertida.

El monitor reverberaba la imagen con tonalidades de colores tridimensionales, pero no se oía el corazón. Sólo la máquina.  He podido ver el  rostro enamorado de las parejas que salen de la consulta a  la sala de espera con su DVD, explicando cómo es, y lo fuerte que se oye al latir. Pero en  nuestro caso sólo se ve la imagen de algo, en donde, cuando la mujer que maneja el pirulo se detiene, nos dice:  «eso de ahí es el corazón». Crece. Está vivo. Pero no se oye su latir.

«Ustedes perdonarán, pero no sé qué le ha debido ocurrir al aparato, nunca nos había pasado esto, pero no registra sonido… iremos tomando las medidas… no, no, ¡qué raro!…¡no se oye nada! Debe ser la máquina» , dice la doctora de bata blanca con sincera admiración. Luego, al hacer el seguimiento, con las veces, porque he hecho el remolón hasta saciedad para ver cómo salía la pareja siguiente, he podido constatar que han salido de la consulta radiantes de felicidad de ver y  oír  a sus bebitos dentro del útero. La anterior y la siguiente, felices.

Cuando el ginecólogo, Ángel, también vecino nuestro, que hoy ha estado invitado a la pequeña fiesta de celebración, hace la revisión a la antigua usanza, colocando la oreja en su enorme panza dice «pues yo sí lo oigo»  , le creemos y salimos contentos de la consulta.  Cuando ella me lo pregunta a mí, tumbados en el sofá también, le digo «pues yo sí que lo oigo» y nos reímos juntos. Me gusta verla feliz, por eso le miento.

Ahí está de nuevo. Ahora  es como quedarse enganchado en un transformador de alto voltaje: quema y duele. Y mi  cuerpo parece partirse en dos.  Me hacen daño. Vientre y garganta. Arde y hiere. Paro de escribir.

También han venido, a parte del ginecólogo Ángel, Tomás y su esposa Valeria, los de debajo nuestro. Él bebe mucho, y ella habla demasiado, de modo que cuando abre su enorme boca perfilada del rojo de sus labios, enseña más dientes que los de una tintorera hambrienta. Ambos están jubilados. Son buena gente. Creía.

Tampoco se ha querido perder el evento nuestra vecina más próxima Luisa. Soltera, rica  empedernida, coleccionista de amantes y figuras de porcelana decimonónica. Sus uñas de rubí son enormes, pero están siempre bien cuidadas.

Y por supuesto mis vecinos preferidos del piso superior: Teresa y Dionisio. Hermanos sexagenarios que regentaron una tienda de libros de segunda mano en el local de los bajos de este edificio desde antes  de los sesenta. Saben mucho de libros antiguos  y editoriales raras. Ahora el local lo tienen cerrado desde hace años. A Carol la agasajan con libros de regalo continuamente. A cual más gordo y extraño. Ella los acepta. Luego me dice que nunca los lee. Pero sé que es mentira. La delata su bolso abultado cuando va a  coger el metro y observo en el interior un lomo negro azabache del que vislumbro la palabra «Holly…»

El resto del edificio está cerrado. No se alquila y no se ve jamás a nadie en el rellano. Los propietarios viajando, dijeron.  A veces en sus rellanos, cuando bajo las escaleras, tras alguna puerta he oído algo similar a arañazo. La mascota, pensé.

Creo que han venido todos y una niña que jamás vi antes, no sé si alguien más, hija o sobrina de alguno de mis vecinos. Tendrá unos siete años, es muy baja para su edad, de rictus serio,  con uniforme escolar,  ha entrado en todas las habitaciones portando  por toda la casa un maletín de violín del que no se  ha querido  desprender un momento.

_ Jorge, por favor abre la puerta y sal. _Insiste Carol. _ Sigues encerrado ahí desde hace más de media hora y los invitados me miran, a momentos con caras largas.   Creo lo toman a descortesía. Sé que murmuran entre ellos.

Como he empezado a sudar sobre manera y ahora el dolor se me ha ido al brazo, porque creo me están serrando un manojo de nervios internos a lo vivo, no le contesto. No le digo nada. Mi otro puño ha estado siendo mordido con rabia para mitigar el  dolor que siento. Pero no remite.

_ Está bien. Ya acabo. Ya salgo. Ves para allá _he logrado soltar cogiendo un poco de aire.

Voy a salir. Esconderé estas letras detrás de la cisterna con la esperanza de que alguien lo lea, algún día. Es el único sitio. Me están saliendo sarpullidos que sangran entre los dedos. Y también verrugas.  No me gustan sus regalos. Ni el cochecito de bebé rectangular negro. Ni los muñecos con alfileres clavados. Ni el balancín con dosel luctuoso. Ni el osito de peluche con los ojos vacíos. Ni los vestiditos de bebé hechos a mano con lana de merina negra en peligro de extinción. Ni el libro de cuentos atado a unas tijeras. Ni el tablero Ouija. Ni las cartas.  Ni ese álbum de fotos postmortem de todos los propietarios e inquilinos que han vivido en el edificio desde hace más de cien años. Ni la música de violín que suena estridente.

Ya vuelve el dolor, ahora más fuerte que nunca. No creo que pueda aguantarlo.

Voy a salir arrastrando este saco de dolor extremo que es mi cuerpo. Y que suplica que le ponga fin.

ESTRIDULAR

Estridular

Mujer, blanca, treinta (y) largos, occidental-accidental, (a)confesional, sol(t)era, culta, (in)dependiente. En un jardín de ciudad, mesa con mantel, un objeto cilíndrico  y una infusión sin terminar.

Poco a poco se juntan  las esquirlas de los pensamientos de provecho encontrados en el cajón de sastre de la vida. Cada trozo es una enmienda de los actos de terceros. Y ahora, con  pulso tembloroso intentará encontrar el modo que restaure lo perdido. Pero lo cierto es que ya no será lo mismo. Algo ha pasado.

El termómetro marca 32, pero siente frío. Hace escasos días que el último acontecimiento la ha dejado helada. De fondo se oye el trajinar ininterrumpido de las reformas en un piso cercano. En verano, ya se sabe, vuelven las obras. Entonces piensa: «quedará bonito cuando terminen». Pero sabe que el piso seguirá siendo el mismo anciano enfermo de segunda mano, y que un lavado de  cara no es suficiente para lucir el resto de los días. Nada dura eternamente, ni falta que hace. La mano no para quieta y así es imposible pegar un solo trozo.

«Distánciate del problema, todo depende de la manera en que te tomes las cosas, aléjate de gente que no te quiera, busca en tu interior, despierta la conciencia plena, owmmmmm, plantéatelo como una oportunidad para crecer, deja que todo fluya, sal, … » se lo  habían dicho todo, de mil formas diferentes y tan parecidas a la vez;  pero ninguna funcionaba. Ninguna la persuadía, así que ¿por qué tenía que hacer algo que no convenciera ni a ella misma?

De nuevo, con la precisión de un cirujano ebrio, intentaba encolar un trozo más, pero no había forma de que permanecieran unidos más allá de unos segundos. Quizá sea  el tipo de pegamento, pensó. Debería cambiarlo. Aún así,  no podía ir a la tienda a pedir un adhesivo para pensamientos. Se le reirían y la darían por chalada. Tenía que hacer algo. O no hacer nada. El transcurso del tiempo parecía no importar. Los segundos mutaron en minutos y éstos florecieron en horas, así hasta caer el fruto de la tarde. Mejor no moverse hoy, había concluido, así el margen de error sería más estrecho y difícilmente podría equivocarse.

Picotear pensamientos como las gallinas picotean el grano en busca del más apetecible puede llegar a cansar. Cuando se convierten en un trastorno obsesivo, el cerebro se hace dinamo y no para  de estridular recuerdos. Llegó la noche. Hoy no habrá manto de estrellas infinito que corone su cabeza. La  contaminación lumínica en la ciudad siempre es alta. La otra también. Afortunadamente las luces juegan en reserva  y, como él le dijera el primer día que salieron,  «no te preocupes,… tu alergia te hace más natural, …no hay maquillaje más hermoso en tu rostro que el reflejo de las luces de colores una noche de fiesta». Hacía tanto ya de aquello.

El tiempo seguía avanzando a la par que se cribaban recuerdos. Blancos y  negros. Había que quitar los negros.  El primer paso sería ir descartando en cosa de centésimas a los malos, y el segundo regodearse todo lo posible con los buenos. Y así lo fue haciendo en lo que quedaba de noche. Poco a poco  fue notando cómo la fortaleza volvía a su conciencia y una ola de confort la iba envolviendo. En breve amanecería y si no es buenos tomar decisiones con el estómago vacío, tampoco lo es el no tomarlas.

Los tonos naranjas de los primeros rayos de sol la pintaban más hermosa que nunca. Ahora comenzaba a sentirse un poco más llena, algo así como el medio queso que aún colgaba del cielo. Los párpados bajados ya no negaban una realidad, sino que abrían un camino. Con los ojos cerrados por el pálpito de una explicación inexistente, la mano acertó a coger el objeto que todo el tiempo había estado encima de la mesa y que días antes había encontrado bajo el asiento del coche. Rímel waterproof de l’Óreal, Paris. Tomó la decisión aferrada a un convencimiento. Lo dejaría.  «Porque yo lo valgo. Y punto final».

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También en http://www.sttorybox.com/stories/51884-estridular?action=share

 

 

Verano Azul

Verano azul

 

 

Sus pies aferrados a la sorra se hundían lentamente hasta afianzar los tobillos en las postrimerías de un verano azul.  Mientras, una cortina de agua corría entre los pies retirándose con fuerza para abrazar de nuevo al mar. Sus pensamientos también querían hacerlo, pero éstos se resistían a abandonarla.

Posó de nuevo la vista en aquel espumarajo blanco que se alzaba por encima de  las olas y declinó calcular el tiempo que le quedaba hasta el impacto. Sería más fácil así. Sin pensar. Dejando que la ola-vida  abofeteara una vez más su rostro sin pedir  permiso. Como sucedió en la mayoría de las veces.

El vestido húmedo se alargaba aún más por el peso del agua. Ya casi le cubría los gemelos. Las arrugas de algodón que se inventaba el caprichoso  azar parecían pintar sobre su cuerpo un mapa de cordilleras y montañas. Cada pliegue sostenía un recuerdo de las manos de él. Un eco pasajero sin fecha de caducidad. Y entre las piernas un valle yermo.

Ahora, sólo le quedaba la sal entre piel y boca. El regusto quemazón en la garganta que pide un trago de agua dulce que no llega. Un salitre que  minaba cada poro de su dermis encendida a la espera de que un océano apagara la sed. Su sed. Pero lejos de extinguirse se avivaba, una vez más, «el desierto que habita en mí», como a ella le gustaba llamarlo.

A su espalda, lejos, el paseo con poca gente. Un diseminado de curiosos que decidieron aventurarse a ver el espectáculo de un temporal de Levante enfurecido. Bandera roja todo el día. Castillos de arena deshabitados. Ella, pusilánime. Había opciones más fáciles a tomar. La cresta blanca elegida marchaba marcial hacia a  ella. El viento arreciaba. Avanzó dos pasos desnudos al frente. Las aguas que reculaban orquestaban el final  de una banda sonora en la que apenas quedaban los últimos créditos de la película de sus días. Comenzaba a sentir frío.

De entre las nubes negras un rayo tibio en su tez la hizo sonreír.

_ Llévame _acertó a decir.

La ola golpeó violentamente el cuerpo hasta hacerla caer. Un borrón entre volandas grises que  ofrecía una rendición sin condiciones. Engullida por la gula de un mar jactancioso de curar penas de amor. Limpiando manchas a un corazón marchito. Centrifugando desengaños a la cabeza herida. Deshaciendo la vida entre sus dedos. Ahora ya sin perspectiva, ni  aire, ni perdón; esperando.

El tiempo lo cura todo, dicen. El amor eterno que dura una noche de verano, no.